sábado, 16 de julio de 2011

CAPITULO DOS

ÍNDICE
 



En su alocada huida por escapar de aquel monstruoso Adán, se internó en territorio enemigo. Consideraba que allí nunca la seguirían, a pesar de no saber muy bien, que podría depararle la incursión en aquella zona. Sin embargo, y contradiciendo todo lo enseñado, los demonios la acogieron. Puede que su larga cabellera rojiza inspirara cierta confianza en ellos, facilitando así, el que una humana se adentrara en su mundo, o realmente, y como pudo confirmar durante su larga estancia con ellos, los supuestos malos no son tan malos, ni los buenos tan buenos.
Es evidente que nunca se llegan a corregir todos los errores, probablemente algo perfecto resultaría hasta aburrido, pero la sociedad demoniaca se encontraba en una escala evolutiva superior a la de los humanos, habían conseguido paliar muchas imperfecciones. Como ellos decían, llevaban más tiempo en el mundo y por tanto, poseían una mayor experiencia, confiriéndoles cierta sabiduría, a la que los humanos aun no habían accedido y que probablemente tardarían en alcanzar. Sin embargo, no por ello dejaban de ser en ocasiones, irracionales, apasionados, crueles, despóticos o idealistas.
Eran tan parecidas las dos razas que si no fuera por unas pequeñas diferencias físicas nunca se hubiera sabido quien era quien. Dos pequeños cuernos en la frente, una cola alargada en el trasero y una piel de tonalidad rojiza.
Los demonios la trataron bien, le enseñaron todo su mundo, aunque de vez en cuando, algunos individuos, no comprendieran su presencia y procuraran hacerle la vida más difícil. Pero en el fondo, resultaba comprensible, lo que para un humano era un demonio, para un demonio lo era un humano.
En aquellas ocasiones, en las que se veía atacada en cierta manera, sólo tenía que recordarles el porqué de su huída, de su exilio, para que todo el desprecio e ira se disipara y comenzaran las carcajadas.
-Repudiar a alguien por querer cabalgar sobre otro, estos humanos están tontos, ja ja ja ja.
Aprendió muchas cosas, tantas como su despierta mente le permitió comprender, los humanos parecían tender a desarrollar la ciencia, la tecnología (aun primitiva) basadas en energía mecánica, física, química, mientras que la raza demonio, desarrollaba otro tipo de ciencia basada en la mente y que proporcionaba ciertos “poderes mágicos” (así los llamaban los humanos) que para ellos constituían las herramientas básicas en su vida cotidiana.
-Nosotros luchamos con la mente, los humanos con las armas, pero con las dos consigues sesgar vidas, que nunca se te olvide.
Sin embargo, a ella, no le interesaba luchar, quizás aprender algunos pequeños trucos para defenderse de algún malnacido, poco más. Su gran interés residía en el placer, en saber porque los demonios siempre reían ante su historia y se mofaban de los humanos. Descubrir el porqué de engendrar un ser, destinado al placer, para que en el momento de llevarlo a cabo, no se le permitiera realizarlo. No conseguía encontrar una explicación.
-Ya lo comprenderás querida, date tiempo.
Tiempo, en realidad tenía muchísimo tiempo, hasta que un buen día, apareció Solrac, el demonio………..

-Coño, ¿ y ahora quién es?
El sonido del timbre insistente le devolvió de nuevo a la realidad.
Carlos regresó a la oficina tras hacer su labor de buen samaritano y por supuesto, se encontraba enfrascado en la lectura de su tesoro. Volvió a guardar aquel volumen y se dirigió resignado a la puerta. La mantenía cerrada para evitar visitas inesperadas e inoportunas, además, ya se había encargado de comentárselo al gordo calvo, mientras abría la puerta de su casa y lo empujaba hacia dentro.
-Hoy cerraré la puerta, tengo que revisar todos los informes y pedidos de los tailandeses, necesito tranquilidad, espero no te importe.
-Claro, claro, haz lo que quieras.
Los informes de los tailandeses ya estaban revisados, pero eso, era algo que su jefe desconocía. Siempre se adelanta trabajo, por si en algún momento dado, puedes tener tiempo libre sin moros en la costa. Los jefes tienen sus artimañas, los empleados las suyas.
El repartidor. Se había olvidado por completo de él. Era martes, y los martes venía fijo. Mierda, ahora que parecía llegar el momento álgido. Seguro que el demonio ese le enseñaba unas cuantas cositas a la cachonda pelirroja. Ojalá fuera Solrac y pudiera, él mismo, instruirle en tales menesteres. Se la comería enterita, poco a poco, le pasaría la lengua por todas sus cavidades cuantas veces quisiera y luego le enseñaría como chuparle su soldadito. Tendría una fantástica boca formada por unos labios carnosos y apetitosos, regordetes y húmedos, de esos que apetece mordisquear suavemente, los de arriba, y los de abajo, y luego la pondría sobre él para que cabalgara a gusto mientras sus esplendidas tetas acompañaban el movimiento de aquel trote.
-¿Me puedes firmar la hoja de entrega?
El repartidor le sacó de su nuevo ensimismamiento. Por la forma de mirarle y aquella sonrisilla, supuso que algo había notado, el bulto de sus pantalones le delataba, pensar en la pelirroja había conseguido que aquello creciera. Probablemente, el repartidor, se iría pensando que en aquella oficina, cuando la puerta se cerraba, había un empleado dedicando parte de su tiempo a desahogarse. Tal vez, se lo contara a sus compañeros y Carlos se vería obligado a aguantar risitas, durante muchos otros martes.
En realidad le importaba un huevo, que pensara lo que quisiera, volvería a rescatar su tesoro y descubriría todo lo que Solrac le enseñaba a la pedazo pelirroja.
“Que te den, repartidor”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario